Durante buena parte de los 80 nos sentamos con el Darno varias horas por semana a componer, metódica e incluso obsesivamente. Una guitarra cada uno y sin ninguna precisa. Algunas cosas evolucionaron y se metamorfosearon en canciones suyas, otras terminaron embebidas en piezas mías. Una canción producto de esas sesiones, letra del Darno y música de un servidor, intitulada Murga y Madrugón alcanzó a ser grabada por Larbanois Carrero. Otras andarán perdidas y afónicas en viejos casettes.
Suya fue la voz en la música que me tocó componer para La Vida es un Sueño, por la Comedia Nacional, dirigida por Schinca. Siendo musicalmente muy distintos, su insistencia en la necesidad de una melodía fuerte ha sido una influencia benéfica en mis composiciones. Pero su mayor influencia (no sólo en mí) fue la de seguir y seguir y seguir, horas, días, noches, buscando la inalcanzalbe perfección. Especialmente en la esquiva fusión de letra y música.
Darnauchans fue extremadamente coherente en su arte, tremendamente exigente en materia de letras (el más exigente, junto con Fernando Cabrera). Y fue muy fiel a sus fuentes: Dylan, Donovan, Cohen, el francés Antoine, la música medieval, entre otras. Pero también los poetas, desde Ezra Pound a W. Benavídes, y desde Víctor Cunha a Virgilio. Desde allí sabía abrirse y absorber otras influencias, con mucha cautela. No metía algo hasta no tenerlo super digerido, como los acordes suspendidos en Ya no soy del norte, ciertas audacias en El trigo de la luna, o el final atonal en Nieblas y Nieblinas.
Compartir los placeres de la cultura fue lo mas específico e incanjeable de aquellas sesiones, anticuado disfrute, sin duda, a la luz de estos tiempos. El Darno alcanzó su primer pico de popularidad con los arreglos pop del maestro Jorge Galemire en Sansueña. Ese fue un sonido que lo marcó y que, más que nada, marcó a su público, que lo siguió reclamando. Su cima creativa, sin embargo, la alcanzó en los trabajos que hizo con el respaldo conjunto del ductil Carlos Da Silveira (su guitarrista desde que tenía 15 años, allá en Tacuarembó) y el sabio Bernardo Aguerre, más la frecuente presencia de Fernando Cabrera como arreglador, coautor o productor.
Las guitarras tan orgánicas y sensibles de Aguerre y Da Silveira son la trama sobre la que se apoyó la mayor parte de la música tocada (y grabada) por el Darno. Como su ídolo, Bob Dylan, también se dio el lujo de una banda rockera, con Aguerre y Da Silveira en las guitarras, Recagno en el bajo, Etchenique en la batería y Gregorio Bregstein en el saxo.
De su última etapa, con A. Ferradas, no puedo opinar con propiedad. Es casi imposible entender al Darno, sí entender su voracidad literaria y cultural en general, con preferencia por la literatura, el cine y la filosofía. Estaba en su salsa perorando en El Lobizón, rodeado de admiradores de todas las edades, sobre poesía provenzal, Ezra Pound, Rimbaud, Baudelaurie y los Rolling Stones. El Darno también era de Peñarol y Comunista. Ambas fueron adhesiones viscerales, y acaso paradojales, en alguien que era tremendo patadura y, como militante, inexistente. Su adhesión porfiada al PC siempre me resultó más bien producto de una fe idealista en la utopía inmaculada y de una total imposibilidad suya de reconocer la corrupción de esos sueños en la realidad, real y soviética. Nunca cayó en la tontería de llamar "hijos del imperio" a los rockeros, ni se degradó a los niveles del sectarismo y la intolerancia. Quizás debido a que también adornaban su ideología ciertos matices de un anarquismo idílico e ilustrado. Respetando sus lealtades, sus amigos lo dejaron en la tumba con la bandera roja y una canción de Bob Dylan. En Chicago me tocó darle la noticia a Jorge Drexler y capearla juntos, como pudimos. Nos quedan, indestructibles, las canciones del Darno.
Elbio Rodriguez Barilari
Sabado Show - 24 de marzo 2007
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