It´s all over now baby blues
08.03.2007
Hoy, de madrugada un pedazo de aquel muchacho que fui alguna vez, se murió con Eduardo Darnauchans Miralles, que ya lo diJo el gordo Troilo mucho mejor que yo, que uno no se muere de golpe, se va muriendo de a poco en cada amigo que se muere.
(Carta de Macunaíma)
A las 6:45 mi compadre Julio César Corrales me llamó para darme la noticia, yo estaba ya en camino a Maldonado a una reunión por razones de trabajo. Ahora he vuelto a casa y estoy escribiéndoles como para hacer el duelo que hice, y que empiezo a hacer, por un compañero que, por serlo, lo ha sido todo a lo largo de casi 37 años.
El Darno ha sido mi camarada, mi parceiro, mi enemigo cordial, mi amigo fiel, mi hermano (todo compañero es siempre un hermano), un copiloto de ruta en las autopistas del miedo durante la dictadura, y fue también, entre otras cosas, testigo de mi casamiento. Hace muchos años que nos hemos ido confundiendo en vínculos y lazos de afecto y de convicciones, aunque yo ya no lo acompañara en una que compartimos muchos años, y que él no perdía la esperanza de que volviera a ser mía.
Estos últimos días, después del deceso de su mujer, Patricia Gonzalez, he estado al tanto de todo sobre él, como lo he estado siempre, gracias a esa mujer solidaria y entrañable, Graciela Irazabal, Chichila, mujer de encaje y de hierro, que desde donde estuvo y está ha velado siempre por el Darno. La semana pasada me dijo "Está en Villa Carmen, está bien andá a verlo, le va a hacer bien". Oí su voz durante todo el viaje de regreso al lado del Flaco Urruzola, "dijiste que irías a verlo el lunes, andá que está bien, andá a verlo".
Amigos, seré sincero, no fui, no quise ir, me inventé excusas, tareas, asuntos, algunos reales y otros pura ficción. No fui. Volví a mi casa, me metí en los asuntos de mis hijos, mi mujer, mi música, mis libros. No fui a ver al Darno, al amigo querido entre mis amigos queridos.
Dejenme decirles, y no son excusas, que he estado especialmente rodeado por la muerte estos últimos meses. A dos pisos de mi casa, vivía el Sacha Previtali quien ha fallecido de cáncer de pulmón apenas una semana y poco atrás. Todos los días temo encontrarme con su viuda y sus dos hijos pequeños, 8 y 6 años, porque, sinceramente, siento que no me da el cuero para tanta tristeza.
Nunca he sido un flojo, ni un desertor y, muchísimo menos, un traidor, pero esta flaqueza de ahora responde a una temporada infernal en la que la Señora Otra anda de ronda. Antes de fin de año se fue el Hugo Cores, vino la enfermedad del Sacha, los múltiples padecimientos del Darno (a los que muchos de ustedes respondieron solidariamente), las bajas de otra gente menos conocida, y la enfermedad de un amigo que todos ya saben quién es, por el que muchos de nosotros, ateos y materialistas, para ayudarlo nos haríamos creyentes gustosamente.
No fui a verlo al Darno, y solo me quedará tangible un abrazo que nos dimos con él en la radio con Julio Corrales. Conocí a Eduardo Darnauchans a finales de 1970, en Tacuarembó. Por entonces, militábamos en la Unión de Juventudes Comunistas, él en liceo local y yo en el IAVA. Eran tiempos de agitación y de insurgencia, nacía nuestro Frente Amplio y en Vietnam se hacían carne viva todas las peores pesadillas del Bosco.
Un muchacho de pelo largo, el cantor local, me encaró y comenzó con aquel tono suyo, tan típicamente erudito, a hablar de Bob Dylan y de Donovan Leicht, escritores de canciones, maestros y hermanos de nuestra generación del rock and roll y la protesta. El montevideano se sorprendió que aquel joven Eduardo Darnauchas, tan cerca del culo del mundo, Tacuarembó me resultaba así entonces, conociera a Eric Clapton, a The Animals, que hablara de la Tropicalia y de Caetano Veloso.
El chico de Tacuarembó se sorprendió que el muchacho morocho venido de la capital, con pinta de obrero portuario (tal era mi penosa apariencia entonces) hablara de los discos de Dylan y de otros, con el mismo conocimiento que algunos pocos del después llamado "grupo Tacuarembó", podían exponer.
Nos hicimos amigos para siempre. Sentados en el cordón de la vereda, frente al local de la UJC, escuchamos al gran Julio Calcagno diciendo unos poemas de Julio Huasi, poeta argentino que se fue sin saludar.
Después el Darno vino a estudiar a Montevideo y nuestra relación se hizo más y más estrecha. Por eso, me permito fatigarlos con estas palabras que entristecen, que pasan un nudo corredizo sobre este miércoles de mierda, de ceniza y hospital, de caballos oscuros que galopan sobre mi corazón.
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