Canciones y neblinas - El País

Canciones y neblinas
En su más de treinta y cinco años de carrera artística, Eduardo Darnauchans apenas grabó siete álbumes de estudio. Ya con su salud diezmada terminó el último, El ángel azul (2005), donde solamente puso su voz en las canciones, dejando la grabación en manos de de Alejandro Ferradás y los músicos que lo acompañaron.

Luis Fernando Iglesias
Lo separaban dieciséis años del excelente El trigo de la luna(1989) y en el medio solamente hubo algunos trabajos grabados en vivo junto a una recopilación de rarezas y canciones "encontradas" que se llamó Raras & Casuales(2002). En los primeros años de los 2000 comenzaba a vislumbrarse el comienzo del fin y algún colega -que mucho lo quería- dijo que el músico ya se había retirado "aunque no se hubiera dado cuenta". Pese a la fidelidad y apoyo de la banda que lo acompañó hasta el final - Shyra Panzardo en bajo, Guzmán Peralta en guitarra y el nombrado Ferradás en guitarra y dirección- a Darnauchans casi le era imposible completar alguna actuación sin incidentes. Se iba de tiempo, entraba mal a cantar sus versos, su voz sonaba agotada y comenzaba a parecer una caricatura de sí mismo. Pero ni siquiera ese triste final pudo empañar su figura ni mucho menos su obra, situada entre las más importantes de la música popular uruguaya.

Nacido en Montevideo el domingo 15 de noviembre de 1953, Darnauchans vivió pocos años en Minas de Corrales, de donde su familia tuvo que irse ante el boicot que sufrió su padre, médico del pueblo, por apoyar a la revolución cubana. Pasó el resto de su infancia y adolescencia en la ciudad de Tacuarembó. Bajo el ala del poeta y profesor de literatura Washington Benavídez, un grupo de jóvenes de esa ciudad comenzaron a generar una fuerte movida cultural conformada, entre otros, por Carlos Benavídez, Víctor Cunha, Eduardo Larbanois, Eduardo Milán, Carlos da Silveira, Numa Morales y el propio Darnauchans. Ese grupo fue su gran influencia en el descubrimiento de autores, libros y músicos extranjeros. Cunha recuerda que en aquella lejana Tacuarembó lo llamaban The Hollie[sic] Man (El Hombre Puro) porque "no tomaba alcohol, creía en la fidelidad y la monogamia, estaba enamorado del amor… ya tocaba la guitarra más o menos igual a lo que mostraría algunos años después en Montevideo". Su llegada a la capital se produjo a fines de los sesenta. En 1970 grabó un disco simple y en 1971 salió al mercado su primer larga duración: Canción de muchacho. Poco a poco el público reconoció a un compositor de melodías sencillas pero nunca banales y que en sus canciones resaltaba la poética de sus letras junto a una forma íntima de interpretación.

El títere.
"Yo toda la vida intenté ser algo así como un Bob Dylan, pero no me dio. En primer lugar no cantaba en inglés y no pertenecía a la zona geográfica de Dylan; entonces salí yo", confesó en una entrevista. Es fácil encontrar en su obra la influencia de sus cantautores admirados, como Dylan, Leonard Cohen o el francés Antoine Muraccoli, pero con el tiempo su figura se hizo más rica y su ubicación en el panorama musical de mediados de los setenta también compleja. No formaba parte del canto popular, movimiento de raíces folclóricas con letras que reflejaban las urgencias de la lucha contra el gobierno de facto, y los integrantes de ese movimiento miraban con recelo los aires folk y roqueros del cantante; pero en los ochenta tampoco integraría la movida del rock uruguayo post dictadura. Algo similar le ocurrió a quien fue uno de sus más estrechos compañeros musicales, Fernando Cabrera, que también parecía desacomodado en esos encuadramientos inútiles. Pese a ello, con el tiempo los dos compositores se volverían influencias importantes para los músicos uruguayos de generaciones posteriores.

Sansueña (1978), álbum producido por Jorge Galemire, se transformó en un inesperado éxito y lo transformó en un músico de considerable popularidad. En momentos en que hacía ciclos exitosos de recitales en la Alianza Francesa, fue prohibido por la dictadura un día después de la muerte de su padre. "Me robaron la juventud", dijo varias veces, sentencia que es fácilmente compartible. Pese a la prohibición continuó componiendo canciones y en 1980 grabó Zurcidor, su mejor disco, pero la tristeza de verse alejado de los escenarios lo perseguía. Con una herencia familiar de depresiones y suicidios, intentó sin éxito poner fin a sus días. Luego de la muerte de su madre se comprometió con la vida y, finalmente, la injusta prohibición concluyó.

Una vez que pudo volver a los escenarios su personalidad tímida y retraída necesitaba de un muñeco, una especie de Muppet como alguna vez lo definió, que se subiera al escenario a enfrentar al público y hacer cosas que él nunca haría en su vida particular. Así nació el Darno, ser oscuro, de lentes negros, bufanda o pañuelos rojos, delgadas corbatas, pertinaz fumador y bebedor, que cantaba frente a una platea que usualmente lo idolatraba. Ese títere inventado de a poco fue ganando la partida produciéndose un intercambio de papeles. El Darno comenzó a manejar los hilos de la vida de su creador.

Señora otra.
Es indudable que la historia de Eduardo Darnauchans tiene todos los componentes de épica, fama y tragedia que hacen a una biografía atractiva. Marcelo Rodríguez aborda esa tarea en Entre el Cuervo y el Ángel, y logra un documentado y exhaustivo repaso de la vida y obra del cantante. El lector podrá sentir que algunos detalles sobran. Agregar tres o cuatro reseñas de varios recitales es una acumulación de datos que no enriquece la historia. Sin embargo, el autor parece crecer a medida que se avanza y es dable reconocer su encomiable trabajo de entrevistas, que redondea un apreciable aporte para entender la vida del músico. Los que conocieron al cantautor, amigos, parejas y artistas que lo acompañaron, descubren detalles de la felicidad que experimentaron al compartir su tiempo con Darnauchans, pero también del tortuoso camino que a veces tomaron sus días. Los demonios que lo acechaban, sus problemas económicos, algunas desavenencias con sus músicos y la inseguridad de éstos ante las recaídas del Darno son relatados con sobriedad y respeto. El tono es piadoso y evita detalles escabrosos.

Rodríguez nunca olvida que detrás de ese personaje se encuentra el hombre que creó alguna de las canciones más importantes de la música uruguaya y que dejó su vida en tantas noches de actuación. El relato de los últimos días es de lo más emocionante de su libro, con el músico peleando contra el alcohol en un establecimiento para ancianos mientras sus amigos pedían, sin éxito, por una pensión graciable que le hiciera un poco más digna su vida. Una noche de 2007, según cuenta Víctor Cunha, un par de semanas después de que su esposa Patricia falleciera, Darnauchans pidió a la mujer que lo cuidaba en ese asilo que si lo veía llorar no lo interrumpiese y que iba a leer un libro sobre Shakespeare. Con ese libro sobre la mesa de luz lo encontraron en la madrugada, agotado de cargar a su personaje sobre los hombros y con la resolución irrevocable de descansar para siempre.

DARNAUCHANS - ENTRE EL CUERVO Y EL ÁNGEL, de Marcelo Rodríguez. Perro Andaluz Ediciones, 2012. Montevideo, 480 págs. Incluye CD inédito con el recital El trigo de la luna del 18 de octubre de 1989 en el Teatro del Notariado.

http://www.elpais.com.uy/cultural/canciones-neblinas-eduardo-darnachauns.html

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